2 Noviembre 2012
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Mirando a Miranda
MANUEL RAMÓN CANELA ESCAÑO
Ni a ellos, ni a nadie, porque sus intenciones
últimas no tienen, ni precio ni madre, ni nada que tenuemente roce lo humano.
¿Por qué tanta alharaca y tanta estridencia y
bulla? Tanta tinta y tiempo desparramados, tantos alaridos en colindancia con
muestras de dolor y hasta de impotencia ante la situación-empeño en toda la
acepción y contenido de la expresión, porque todos (todos, menos ellos, los
ensanchadores de bolsillos y cuentas millonarias en lavanderías del mundo)
sabemos y sufrimos de estos actos atentatorios de lesiones permanentes a
nuestros restos de fortuna natural con que Dios nos ha bendecido.
Que cobre valor y vigencia la combinada expresión
de situación-empeño por nuestras vastas experiencias en esos menesteres y que
no todo sea recordar.
Cuantas veces y a cuantos países fuimos capaces
de “empeñar y hasta vender” la Bahía de Samaná o en los anaqueles recientes
de la modernidad ponen en pública subasta la Bahía de las Águilas y para no
cansar y fastidiar tanto, solo bastaría comparar todos esos intentos de
zarpazos, todas esas actitudes y desmanes con el misticismo conductual de
esos íconos de nuestras luchas ambientoñecológicas entre ellos, Miguel Canela
Lázaro, médico anatomista, descubridor de varios elementos del cuerpo humano,
ingenieroñagrimensor, botánico, alpinista, maestro normal y Juan Bautista
Pérez Rancier, abogado de relieve internacional, “llamado el hombre del Cristo”,
ejemplos ambos de criterio de superación, con ideales de grandeza patria,
científicos demostrados y graduados en las mejores universidades del mundo; y
quienes a título de pionerismo, casi de visionarios, rayando en niveles de
obsesión, abrazaban con inocencia el tema de la protección y preservación de
los recursos naturales. Eran moralistas empedernidos, ambos de criterios
estrictos, con horizontes fuera de lo común y también fuera de ese sello
seriado que define el común denominador.
Podríamos estar frente a un empeño sin regreso
por los compromisos económicos ya plasmados y garantizados por la fuerza que
el poder dispensa en un hecho tan insólito.
Sería un gran salto para el país que aparecieran
“los sombreros para tantas cabezas”, pero me luce que ya deben existir muchas
cuentas abonadas por las comisiones que estas actividades generan.
¿Podría entenderse y asimilarse hoy día el
siguiente episodio? Fue simple y llanamente el gesto histórico de dos
dominicanos que ofrecieron en 1920-1923 sus servicios profesionales gratis,
con sufragación de gastos personales por su cuenta para consumar la
confección de aquel primer grito de advertencia ecológica que se llama el
vedado del bao.
Miranda es patrimonio del pueblo y de la nación
completa, no le pertenece ni a este gobierno ni a los ya fracasados, ni a los
ineptos que adornan funciones como floreros sin flores, sin olor, ni color,
son puros impensantes. No, no y no.
Que hagan algo de lo cual algún día se sientan
orgullosos sino satisfechos ñsolo sería cuestión de un corto tiempoñ,
declararían a Loma Miranda no parque nacional ni reserva natura, sino fuente
de vida y patrimonio de la dominicanidad.
También me inquieta y me pregunto por qué no se
ha llamado a externar y aunar criterios e ideas a personas de la talla ética
y moral de Evaristo Eleuterio Martínez, profesor y técnico de alto nivel;
Eduardo García Michel, perenne indagador y agudo expositor; Frank Núñez, por
derecho propio y capacidad, conocedor depurado, ha crecido abrazando a la
filosofía del conservadurismo ambientoñecológico; a Domingo Marte, ex
ministro de Agricultura, el mismo ideólogo de Madre de las Aguas; José
Peralta Michel, incansable y desinteresado en aportes de ese tipo; Pablo
Pichardo Pérez, acucioso, ágil, capaz, a un sociólogo de amplias líneas y
gran saber como Héctor Rodríguez, Felin Rodríguez Méndez, con una cultura
medular sobre este tipo de preocupante; Juan Rafael Oleaga, médico, eterno
preocupado por los temas ambientales, al mismo Dr. Jaime David Fernández M.,
ex ministro de Medio Ambiente con amplios conocimientos de origen y cultura,
y el Dr. Bautista Rojas G. (Bauta para todo el que haya nacido en Salcedo),
personas todas que por genética, cultura, tradiciones y sensibilidad social
aportarían importantes posturas y beneficios.
Todas estas expectativas marchan parejas con el
descuido habitual de todas nuestras principales fuentes de agua y debemos
entender meridianamente que todo lo que genera o deje como última instancia
daños irreversibles a la naturaleza debe ser excluido del interés humanoñ
debemos apreciar lo que tenemos y tratar de no intentar destruirlo por
ninguna razón.
Es un asunto de conciencia y ética, es un asunto
de moral, de conciencia, porque no habrá quienes puedan dormir ni vivir
tranquilos y en paz por el daño ocasionado y de moral porque los cómplices de
esta barbarie estarían estigmatizados por el resto de sus días.
¡Fuera el daño ambiental en loma Miranda y en
todo el país! Yo preferiría mis carencias a ver a mis hijos y mis nietos y
hasta yo mismo morir de sed.
Que hablen de recuperación y reparación al daño
ecológico-ambiental que lo único que tenemos que hacer es detenernos por unos
instantes a contemplar y valorar la precariedad y negativos de tales
intentos.
¿Recuperación de qué? Si lo que dejan solo genera
lamentos, maldiciones, los peores epítetos y otras tantas expresiones
impublicables. ¡Y las secuelas trágicas y mortíferas! La historia del tema
está cargada de ejemplos en la oferta de las recuperaciones, y tanto es así
que ya en Europa, específicamente en España y en EEUU, ya estas son etapas
superadas.
Esperamos que la solidaridad exhibida con ribetes
de espontaneidad en los actuales momentos, no desmaye ni se deje contaminar,
ni permita que la desorienten con ofertas inadecuadas y nunca cumplidas.
Dios no creó estas imágenes y estructuras para
probar nuestra capacidad o poder de autodestrucción, o como rasero para medir
nuestro gradiente de ambición, simplemente las creó para que la disfrutáramos
y utilizáramos racionalmente, y las conserváramos para nuestros
descendientesñ si Miranda es la madre, vamos pues a cuidar a sus hijos esos
10 ó 15 riachuelos inocentes.
El autor es médico ambientalista
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